Hay gente a la que no le gustan ni los hospitales ni los médicos. Yo soy una de ellas. Así que cuando no tengo más remedio, ya que mi salud es coja, me armo de toda la paciencia posible y me enfrento como puedo a su papeleo, sus salas de espera y sus batas blancas.
Hay cosas que han mejorado mucho en la Seguridad Social. Pero otras siguen presentes como si fueran una parte esencial del sistema: el médico interruptus. Este fenómeno consiste en que nunca podrás estar con tu médico en paz para poder exponerle tu caso (se dice de un paciente que sí lo logró una vez en Teruel, pero todo apunta a que se trata de una leyenda urbana).
Cuando, tras la sala de espera, accedes a la consulta de tu médico y empiezas a explicarle lo que te ocurre, es muy común que, sin previo aviso y con prisas, entre en la sala alguna enfermera, otro médico o cualquier otro que pase o trabaje por allí y, sin pedir disculpas por interrumpir, le consulten alguna cosa, la que sea. Y uno se queda con cara de bobo y las palabras en la boca, con la intimidad expuesta a cualquiera y la profunda sensación de ser un invisible cero a la izquierda del cero que ya estaba a la izquierda.
Me volvió a ocurrir la semana pasada y fueron tantas las interrupciones por teléfono, por la puerta principal y por esas puertas laterales que comunican los consultorios entre si, que por un momento estuve a punto de estallar y de hacerle ver a la última enfermera que yo estaba allí, que estaba invadiendo mi intimidad, faltándome al respeto al ignorarme por completo y reduciendo el poco tiempo que mi doctora me puede dedicar según los estrechos parámetros de la sanidad pública. Me hizo sentir como una verdadera mierda (para qué andarnos con rodeos).
Y además, estaba exponiendo delante mío y en voz alta aspectos privados de otro paciente que se hallaba en la sala contigua.
Afortunadamente algo en mi cabeza me hizo optar por callar y sonreír. Solo callar y sonreír. Hay que ser tolerante, me dije, paciencia… ¿pero hasta cuándo?
Mi doctora me dirigió alguna mirada cómplice, resignada a que esto le ocurriera a menudo. Y yo admiraba su tremenda capacidad de concentración.
¿Realmente todo esto es necesario para que funcione el sistema? ¿O soy yo quien pide demasiado? Después nos quejaremos de la falta de educación de los adolescentes.
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